Cuando franqueas la entrada, accedes a otro mundo, empezando por la acogida que te brindan Jose y Susana y la calidez con la que atienden a los que los visitamos. Ellos son el pilar y el alma de esta maravilla de Casa, donde te sientes como en la tuya propia. Un auténtico remanso de paz.
El edificio es francamente bonito, lleno de historia y restaurado con muchísimo mimo. Y la decoración, clásica, es preciosa, muy cuidada y llena de detalles de un gusto exquisito.
Y, cuando piensas que nada puede sorprenderte en este maravilloso sitio, llega la hora del desayuno, completamente casero y servido de un a forma ideal. Cada vez que pienso en el bizcocho...
Nuestra única pena fue no haber podido disfrutar mucho de La Casa, ya que habíamos ido a Almadén a una boda. Estamos deseando volver. De hecho, antes de irnos, hicimos una reserva para otro puente.
MARCOS Y MARU
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